¿Qué aportan estas tecnologías súper vanguardistas a las estrategias educativas?, plantea Ana Peña.
La escritora Isabel Allende, usando un holograma, dijo que ya no salía del país ni tomaba vuelos, que ahora usaba esta tecnología para presentarse en eventos y conferencias. Esto lo vi en la story de un amigo que fue a la Feria Internacional del Libro del Tec de Monterrey, y entonces entendí, esta institución lleva algunos años usando hologramas para dar clases. Más allá de que se vea súper cool, como en Star Wars, lo importante a analizar aquí es: ¿qué aportan estas tecnologías súper vanguardistas a las estrategias educativas?
Empecemos por el ejemplo que puse: los hologramas. El Tec de Monterrey tiene este proyecto que se llama profesor con efecto holograma. Esto es una proyección bidimensional que permite recrear la dinámica de cursos presenciales para alumnos que están geográficamente distantes de su profesor o de la escuela. Así, un mismo docente puede impactar a varios campus al mismo tiempo.
¿Qué diferencia tiene esto a clases virtuales, con la clásica computadora o tablet con Zoom o Teams instalados? La presencia social del profesor, que se simula con la tecnología, imita la dinámica natural de una clase y genera emociones en el alumno. ¿No te pasa que recuerdas más algo cuando te generó alguna emoción? Como cuando una escena de terror en una película se quedó grabada en ti, o el rostro de una persona que te gusta está en tu cabeza día y noche. Es información que se queda muy grabada porque está asociada a una emoción.
Esta tecnología aprovecha esto y combina los beneficios de las clases presenciales y virtuales y los lleva a cualquier latitud. Ahora, ¿cómo saben que esto de verdad funciona? Con el confiable método de prueba y error: dividir un grupo para que la mitad reciba la misma clase con holograma y la otra mitad sin holograma, y comparar sus aptitudes al final del curso. Si las pruebas no son convincentes, la tecnología educativa no sale y se prueban otras.
Existen también tecnologías inmersivas, como el uso de lentes de realidad virtual o incluso la creación de metaversos educativos; salas cubiertas de pantallas que facilitan la interacción del profesor con el alumno, algunas incluso equipadas con cámaras que leen los gestos de los chicos para saber si están aburridos o interesados, y así te podría seguir nombrando otras tecnologías que escuelas, dentro y fuera del país, están probando. ¿El objetivo? Mejorar el aprendizaje.
Si me preguntan, la clave de esto es tener claro el objetivo, estudiar y desarrollar metodologías -como la estimulación emocional que platiqué- y controlar todo con herramientas de prueba y medición. Lo que no se puede medir, no se puede mejorar. Mantengamos esta idea en pausa mientras te explico lo siguiente.
¿Y las tablets?
Está por demás decir que no todo el país es capaz de pagar una colegiatura en el Tec de Monterrey, tampoco costear una escuela privada de nivel básico. Y ya que ves que me voy acercando al tema de la educación pública, quiero que nos saltemos la parte en la que concluimos que se necesita más inversión en tecnología para la educación, eso todos lo sabemos, a lo que quiero llegar es a que no la necesitamos nada más porque sí.
Como lo principal que ha sucedido en temas de educación en este sexenio se echó para atrás y ni contemplaba a profundidad el uso de tecnología, voy a ejemplificar con una iniciativa un poco más vieja, pero de las más sonadas en el país: el dar tablets a los niños de educación básica. Una propuesta muy bonita por fuera, pero hueca por dentro.
Fuera de regalar tablets y laptops como si de uniformes se tratara, la estrategia que soportaba esta iniciativa dejó en evidencia las deficiencias en planeación, la falta de comprensión del sistema pedagógico nacional y el estado de capacitación de los maestros para que pudieran orientar a los estudiantes y aprovechar al máximo esas pantallas que sabían que no tendrían soporte ni seguimiento para asegurar un debido funcionamiento a lo largo del tiempo, algo que se probó cuando empezó la pandemia.
Como pasa en otras áreas, la tecnología sin estrategia es solamente bonita, instagrameable y vacía, a sabiendas de que no se tendría responsabilidad alguna terminando el sexenio.
La Ley de Moore nos plantea que el poder de cómputo será cada vez mayor y más pequeño, lo que potenciará otras tecnologías, como las que mencioné que se usan para la educación, pero todo ese potencial será tan benéfico y útil como queramos, porque depende del objetivo, la estrategia y mediciones que soporten y evalúen constantemente el impacto.
Sí, que se invierta, pero que sea inteligentemente y se dé un seguimiento puntual y estratégico basado en obtener los resultados esperados. Y eso es algo que se puede implementar tanto en la escuela pública como en el Tec.
Fuente: Ana Peña / expansion.mx