Martina tiene nueve años y, cuando su maestra le pide que lea en voz alta un párrafo de un texto, lo hace correctamente y sin dificultades. ¿Como es posible entonces que al terminar apenas ha entendido lo que ha leído?
Una de las razones podría ser que desconoce el significado de muchas de las palabras. Este escenario, más común de lo que pensamos, nos recuerda algo esencial: leer no es solo descifrar palabras, necesitamos acceder al significado del mensaje. En esa comprensión, el vocabulario es una pieza central.
En las aulas, muchos estudiantes tropiezan con palabras que no conocen y se pierden en el camino hacia la comprensión. Enseñar el vocabulario de forma profunda, sistemática y temprana puede ser la solución.
No es solo cuántas palabras conocemos
Aunque sabemos que el vocabulario es uno de los pilares clave para lograr una lectura eficaz, a menudo su enseñanza se limita a dar a los niños definiciones de las palabras que aparecen en el margen de los libros. Pero no debemos centrarnos únicamente en cuántas palabras conocemos, sino también en cómo de bien las conocemos.
La teoría de la calidad léxica apunta a que la comprensión lectora mejora cuanto más profundamente conocemos cada palabra. ¿Qué significa conocer “bien”? Significa no solo saber cómo se escribe (conocimiento ortográfico) y cómo suena con exactitud (conocimiento fonológico) o qué significa en este y otros contextos, sino también conocer sinónimos y antónimos, integrarla con nuestros conocimientos previos y utilizarla en varias frases (conocimiento semántico). Cuanto más precisos y completos sean estos conocimientos, más rápido y de forma más fiable accedemos a ellos durante la lectura, lo que permitirá que la comprensión lectora fluya.
Por el contrario, con un conocimiento superficial o poco preciso, podemos reconocer las palabras cuando las utilizan otras personas, pero no logramos recordarlas de manera espontánea, identificar sus diferentes matices de significado, ni emplearlas con soltura. Esta limitación afecta directamente la comprensión lectora.
Pongamos un ejemplo: la palabra advertir. Si un alumno solo la ha visto una vez en una definición al inicio del curso, es probable que tenga una idea vaga y confusa. En cambio, si la ha trabajado de manera profunda y conoce detalles de su significado (avisar o llamar la atención sobre algo), además de algunos sinónimos (avisar, prevenir, alertar) y antónimos (ignorar, desatender), y sabe cómo se escribe (advertir) y cómo suena, su representación mental será mucho más completa y precisa.
Así, podrá comprender frases en distintos contextos, como “El profesor advirtió del peligro de cruzar solo” o “No advirtió que había un error en su tarea”. Contar con ese conocimiento más profundo le permitirá acceder con facilidad al significado de lo que lee. Por ello, una enseñanza eficaz del vocabulario debe centrarse en enriquecer y reforzar toda la información que rodea a cada palabra.
Cuanto antes, mejor
En este desarrollo del vocabulario, los niños que desde los momentos iniciales desarrollan un buen vocabulario se convierten en mejores lectores y, gracias a ello, aprenden nuevas palabras con mayor facilidad. Por el contrario, los niños que no tienen un buen conocimiento de las palabras pueden quedarse atrás respecto a sus compañeros.
Este fenómeno se conoce como el efecto Mateo: los estudiantes con un vocabulario rico tienden a mejorar cada vez más, mientras que quienes parten con un vocabulario limitado pueden tener dificultades para alcanzar a sus compañeros.
Por eso, cuanto antes actuemos, mejor: aumentaremos las oportunidades de romper el ciclo de desventaja, especialmente en el alumnado que crece en contextos socioculturales desfavorecidos o que presentan dificultades.
Enfoques activos de vocabulario
Pero ¿cómo puede un docente enseñar vocabulario de forma realmente profunda y sistemática? La clave está en promover enfoques activos. En lugar de ofrecer una definición, podemos proporcionar múltiples oportunidades para discutir, explorar y practicar el uso de las palabras en distintos contextos a lo largo del curso.
Debemos tener en cuenta los siguientes factores a la hora de abordar una enseñanza más sistemática del vocabulario:
- Trabajo sistemático: lo más importante no es cuántas palabras se enseñan, sino cómo se enseñan, facilitando repeticiones en distintos contextos y oportunidades para usarlas. Esto se debe hacer de manera coordinada desde los primeros años de Primaria y, en el caso de Infantil, trabajándolo de forma oral.
- Selección estratégica: no es posible enseñar todas las palabras que los niños encontrarán al leer. Debemos priorizar las más útiles para la comprensión: que tengan una carga semántica (sustantivos, verbos, adjetivos o adverbios) que la mayoría de los niños aún no conozca, con una frecuencia media (“pan”, “agua” o “casa” suelen aprenderse en la vida cotidiana). Es importante trabajar el vocabulario académico, es decir, palabras y expresiones que no son comunes en el habla cotidiana, pero sí que aparecen en el lenguaje escrito. Por supuesto, hay situaciones en las que será necesario enseñar palabras más básicas, especialmente con alumnos que presentan dificultades o provienen de entornos con menor exposición al lenguaje, o palabras específicas de las distintas materias, como “fotosíntesis”. En estos casos, los docentes de cada área podrían elaborar una lista de vocabulario para trabajar durante el año escolar o incluso que los libros de texto incluyan ya esta selección estratégica y actividades correspondientes para trabajarlas a lo largo del curso.
- Enseñanza explícita: aunque los niños aprenden muchas palabras en su día a día (a través de la lectura compartida o en una conversación), es importante trabajar el vocabulario académico especialmente de forma explícita, ya que mejora la retención de las palabras y profundiza el significado de las mismas. Se podría combinar la enseñanza implícita con enseñanza explícita. Es decir, encontrar las palabras clave en textos (orales o escritos) y realizar actividades con ellas.
- Trabajo profundo: plantear actividades donde el alumno tenga un papel activo en el conocimiento de la palabra y buscar sus sinónimos y antónimos. Por ejemplo: contar una experiencia donde aparezca la palabra a trabajar, incluirla en ejemplos cotidianos o situaciones, usarla en distintos contextos o explicar el significado a un compañero. Además, se recomienda trabajar aspectos sobre su ortografía y fonología, planteando actividades de escritura y de conciencia fonológica.Enseñar estrategias para aprender nuevas palabras, como el análisis de las partes de la palabra o inferir el significado por el contexto, puede resultar muy beneficioso.Otros recursos que se pueden utilizar para este trabajo activo son los organizadores gráficos como el modelo flayer, y enfoque estructurados como el modelo SEEC; los seis pasos que describe Robert J. Marzano, o el protocolo VALE-K, más recomendado para infantil.
- Exposición repetida: para aprender bien una palabra, los estudiantes necesitan encontrarla varias veces en diferentes contextos. Un conocimiento profundo (ortográfico, fonológico y semántico) se obtiene a través de múltiples exposiciones a las palabras en contextos significativos.
- Repaso, repaso y repaso: por último, para que se consolide mejor su aprendizaje en la memoria conviene planificar momentos de repaso de las palabras.
Vocabulario en casa
El aprendizaje del vocabulario no ocurre solo en el colegio: empieza mucho antes, en casa, y continúa cada día en las conversaciones cotidianas. Para que las palabras se aprendan de manera profunda es fundamental que los niños tengan múltiples exposiciones a ellas y oportunidades para usarlas en distintos contextos. Por eso, trabajar el vocabulario en casa puede ser una estrategia muy beneficiosa.
La cantidad y calidad del lenguaje en el hogar se relacionan estrechamente con el desarrollo del vocabulario y la comprensión lectora a largo plazo. Actividades como la lectura compartida donde nos detengamos en palabras desconocidas para explicarles su significado; conversaciones interactivas donde se amplíen sus respuestas y les planteemos preguntas, en las que se usen palabras nuevas; comentar lo que ven o escuchan; o el uso de aplicaciones educativas acompañadas por adultos son formas sencillas pero poderosas ampliar el conocimiento de las palabras fuera del aula. Así se consolida la comprensión lectora y el desarrollo del lenguaje. En este sentido, lo mejor es que coordinemos lo que se hace en el aula con lo que se hace en casa. Por ejemplo, los docentes podrían sugerir a las familias lecturas que estén relacionadas con los libros que se trabajan en el aula.
En definitiva, aprender vocabulario no es memorizar listas ni abordarlo de manera superficial, sino conocer en profundidad las palabras, conectarlas entre sí y utilizarlas en diferentes contextos. Es la clave para el éxito lector y se puede trabajar desde las primeras etapas.
Fuente: Nuria Calet Ruiz y Eliane Segers / theconversation.com

