Aunque los antiguos griegos ya reflexionaban sobre la creatividad, representándola como la visita de las musas, la investigación científica moderna sobre esta cuestión arrancó en los años 50 del siglo pasado. Desde entonces, numerosos estudios han conseguido determinar que esa facultad no es patrimonio exclusivo de unas pocas personas elegidas.
La realidad es mucho más esperanzadora: todos poseemos potencial creativo, aunque su desarrollo depende del contexto. Y ahí es donde la educación cobra un papel protagonista.
Al igual que las personas tenemos potencial creativo, también la manera en la que enseñamos posee el potencial de mejorar la creatividad en múltiples aspectos.
Percepción e identidad creativa
Lo más curioso es que convertir esa potencialidad en realidad depende en gran medida de la propia percepción sobre nuestras aptitudes. La confianza que tenemos en nuestra capacidad para crear y la medida en la que valoramos la creatividad determinarán en gran parte si nos involucramos o no en tareas creativas y el grado de esfuerzo y motivación con que lo haremos.
Veinte años de investigación sobre estas percepciones demuestran la importante influencia que la experiencia en la escuela ejerce en nuestra identidad creativa. Algunos estudios han comprobado que los niños y niñas perciben las expectativas que sus docentes tienen sobre dicha capacidad, y que esas expectativas, especialmente en el caso de las niñas, determinan la confianza en sí mismos a la hora de ser creativos.
Pero a menudo el profesorado no suele manejar información clara sobre qué es el potencial creativo, cómo identificarlo y, sobre todo, cómo fomentarlo.
Esta laguna de conocimiento ha permitido que proliferen ideas inexactas. Seguimos creyendo que la creatividad es solo cosa de las artes, la reducimos a procesos puramente cognitivos e, incluso, mantenemos la idea obsoleta de que se trata de una capacidad innata e inmodificable.
La creatividad como objetivo de aprendizaje
La investigación actual desmiente todas estas creencias. El primer paso es algo tan sencillo como ser conscientes de que es posible aprender a ser más creativos. Y el segundo, establecer de una forma explícita la creatividad como objetivo de aprendizaje.
Por ejemplo: en una clase de matemáticas, basta con proponer que se busquen formas diferentes de resolver un problema y explicar las ventajas de cada propuesta. Esto transmite la idea de que producir distintas soluciones, compartir un espacio de exploración y la diversidad de enfoques se valoran y forman parte de lo que se está aprendiendo.
Desafiar al alumnado a escoger tareas en función de sus intereses y su curiosidad también es una forma concreta de fomentar la creatividad. Animarles a hacer preguntas, presentar temas desde múltiples perspectivas y alentar al alumnado a dejar atrás el pensamiento único son otras fórmulas efectivas para desarrollarla.
Espacios para el intercambio de ideas
Durante las primeras etapas educativas, el juego libre o simbólico promueven el desarrollo de la creatividad. En la etapa universitaria, esto se puede conseguir involucrando al alumnado universitario en proyectos de aprendizaje servicio.
¿Qué tienen en común estrategias tan distintas? En ambas, lo que se crea es un espacio para el intercambio de ideas, el contacto con la diversidad y la pluralidad de perspectivas, además de oportunidades para la reflexión. Incluso en el juego simbólico, a edades tan tempranas como los 3 años, los niños y niñas comparten su conocimiento del mundo y sus maneras distintas de resolver problemas y afrontar situaciones.
Ser creativos evaluando
Evaluando también podemos fomentar la creatividad, yendo más allá de la corrección de errores, y centrándonos en reconocer procesos originales de pensamiento y valorar la toma de riesgos intelectuales. Ofrecer una evaluación más creativa puede contribuir además a mejorar la autopercepción creativa del profesorado.
Explorar respuestas inesperadas del alumnado, viéndolas como oportunidades de aprendizaje, es una primera manera de hacerlo. También los es crear rúbricas (sistemas de puntuación) que ofrezcan retroalimentación constructiva sobre la expresión creativa dentro de cada área académica.
Por ejemplo, en lugar de limitarse a señalar un “enfoque correcto”, el comentario podría ser: “Has analizado correctamente este hecho histórico. ¿Qué otras perspectivas podrían aportar puntos de vista diferentes? ¿Cómo habría interpretado este hecho alguien de un contexto completamente distinto?”
Ser creativos enseñando
Una vez que profesores y profesoras son capaces de reconocer las manifestaciones de la creatividad, pueden también cuestionar sus propios sesgos sobre qué constituye una respuesta creativa. El aprendizaje de estrategias pedagógicas específicas debería integrarse tanto en los grados de educación como en talleres de desarrollo profesional continuo.
La brecha entre investigación y práctica educativa hace que, por un lado, muchos docentes desconozcan estas estrategias prácticas; y que por otro, los investigadores no comprendan al 100 % las realidades del aula para generar conocimiento más aplicable.
Pero el éxito no depende solo del contexto educativo: las familias tienen un papel, y si comparten y entienden la importancia de la creatividad y aprenden maneras de promoverla fuera del contexto educativo, se multiplican las oportunidades.
Aprendizaje y bienestar
La creatividad está entrelazada con el aprendizaje, con la búsqueda de la identidad que caracteriza las primeras etapas del desarrollo y con un mejor bienestar emocional.
El mismo tipo de pensamiento divergente y exploratorio que fomenta la creatividad es el que nos permite considerar, cuestionar y sopesar diferentes opciones identitarias cuando estamos creciendo.
Especialmente durante la adolescencia, sentirse y ser creativo puede ser una fuente de autoestima y contribuir al desarrollo de una identidad personal más positiva, además de mejorar la regulación emocional.
Como reflexiona la filósofa española Remedios Zafra:
“No necesitamos más predicamento vacío, luminoso y publicitario que repita hasta el cansancio la palabra creatividad. Lo que realmente hace falta es favorecer las condiciones de autonomía y el ejercicio sincero de la creatividad”.
Fuente: Paula Álvarez-Huerta / theconversation.com